Por Gustavo Rodríguez
A CONTRACORRIENTE
—Los dilemas del «movimiento anarquista» contemporáneo frente al carácter instituyente de los «movimientos sociales».1
«Vulgarmente se sostiene que la “gran masa” no podría quedarse sin religión; los comunistas extienden esa afirmación».
Max Stirner, Mi goce de Mí, en El Único y su propiedad.
«Ver lo que tenemos delante de nuestras
narices requiere una lucha constante».
George Orwell, In front of your nose.
Contrario a lo que afirma toda la diarrea verbal del neoleninismo posmoderno en torno a los llamados «movimientos sociales», la novedad de éstos no radica en el remplazo de los sindicatos y los partidos políticos tradicionales, sino reside en la estructura motivacional de los sujetos implicados; es decir, en la convergencia de percepciones alrededor de múltiples factores (económico-socio-culturales) que nutren la añoranza colectiva del Estado benefactor y la sociedad del trabajo y, constituyen, a través de procesos de movilización social, una nueva fuerza instituyente que sirve de plataforma a los diferentes fascismos —ya sean negros, pardos, rojos o, cuál sea el color que se den con el fin de persuadir a las «masas»— y allana el camino a los líderes populistas.
Mientras, los cientistas sociales (neomarxianos y/o proto populistas) hacen mil y un malabares para acomodar semánticamente la «institucionalización», dándole un giro de ciento ochenta grados al concepto para que gramaticalmente les sea instrumental; o sea, ocultando las intenciones de cooptación de las luchas e integración forzada a la «nueva» dominación.
De tal suerte, reconceptualizan la «institucionalización» y la definen como una «mediación» (entre la llamada sociedad civil y el régimen) que rediseña las formas de participación, los mecanismos de representación y los dispositivos de legitimización, potenciando el carácter «transformador» de la movilización social en total «recreación de la tradición movimientista»2. En palabras del merolico mayor Boaventura de Souza Santos: mostrando los horizontes emancipatorios que recrean como agentes de cambio social, al participar de la construcción de ideas hegemónicas que impulsan la politización de la realidad.3
Pese a esta evidencia, la crítica a la maniobra instituyente de los «movimientos sociales» ha sido muda en nuestras tiendas. Los silencios desvergonzados frente a estos recipientes instituyentes —que asfixian la respiración individual en los forzados jadeos del ritual movimientista—, han contribuido a la confusión teórico-práctica que hoy asecha en nuestros círculos, facilitando la imposición de programas ajenos y la adopción de la lógica del enemigo (diametralmente opuesta a nuestros deseos de emancipación total). En lugar de trazar una línea divisoria crucial, que establezca la separación definitiva de las luchas instituyentes y puntualice el accionar consecuente de la gramática anárquica contemporánea, se ha incentivado el discurso ambiguo, cargado de exposiciones vagas y exceso de positividad.
LA ESPECIFICIDAD DE LA GRAMÁTICA ANÁRQUICA
Durante la transición de siglo, los «movimientos sociales» irrumpieron en la escena como un «acontecimiento sociopolítico». Este advenimiento se enmarcó en el contexto de reafirmación de las «identidades excluidas» y la heterogeneización (en el sentido de gran «diversidad») de las demandas; asumiéndose como una forma activa de contestación que cobraba cuerpo ante contextos específicos de dominación a través de la «vinculación transversal» de las luchas, delimitando sus márgenes de acción mediante la asamblea y el consenso.
Fue en ese período de «irrupción movimientista» que esta estrategia instituyente llegó a influir de forma drástica en sectores de nuestras tiendas más próximos a las teorizaciones autónomas que a la praxis anárquica pero, también en probados compañeros que resultaron obnubilados por la «gramática de la movilización»4. Estas influencias sobre el anarquismo, aunque comenzaron a registrarse algunas décadas antes bajo el influjo del marxismo sesentayochero (léase situacionismo, marcuseanismo, dauvéismo, etc.), serían más palpables a partir de la movilización contra la «globalización» en Seattle (1999), la contracumbre de Génova (2001) y, la subsecuente reproducción ad infinitum de los «foros sociales altermundistas», manipulados por el leninismo (que a penas ejecutaba la metamorfosis necesaria para situarse camaleónicamente en el nuevo escenario) y, la socialdemocracia, mediante tapaderas como la Asociación Internacional para la Tasación de las Transacciones Financieras para la Ayuda al Ciudadano (ATTAC), Global Exchange, etc.
Por esas fechas, los camuflajes del leninismo posmoderno asumieron las tonalidades que exigía el «clima» político de cada región, diseñando uniformes a la medida acordes al teatro de operaciones e, imponiendo nuevas «gramáticas políticas» (altermundistas, neozapatistas, autonomistas, antifascistas, comunacionistas y, otros tantos «istas» que van apareciendo según requiera la ocasión) que renovaban sus repertorios de acción y activaban dispositivos de legitimidad; introduciendo un giro pragmático a la sazón que les permitía «acumular fuerzas» hacia la concreción de su objetivo: la toma del poder mediante la institucionalización de los movimientos sociales.
La gramática de la movilización va a articular un conjunto variopinto de actuaciones antagonistas —cada una con su propio lenguaje—, conformando un ramillete de discursos y modalidades de confrontación que, en realidad, responden a las motivaciones de los implicados («trabajo para todxs», «vivienda digna», «educación gratuita» o, en el caso de los más «politizadxs», «socialización de la economía», «fin del neoliberalismo», por citar algunos ejemplos aglutinadores); quedando subsumidos en un sustrato destituyente genérico («Movimiento piquetero» en Argentina, «Movimiento de los indignados» en el Estado español, «Movimiento de Regeneración Nacional» en México, «Black Lives Matter Movement» en Amérikkka o, «Mouvement des gilets jaunes» en Francia, Bélgica y los Países Bajos) que les atrapa en la dinámica cotidiana de la construcción interna de la movilización y les impide establecer diferencias entre las diversas gramáticas y, profundizar en la incompatibilidad de estilos organizativos, métodos de lucha y, a la postre, de objetivos. Con esta perspectiva pragmática, el melting pot movimientista queda apresado —en las formas de construcción política y los modos de distribución del poder— en tres gramáticas: clasista, populista y autonomista. Todas ajenas a la gramática anárquica contemporánea, indisolublemente vinculada al implacable ejercicio de nuestros deseos de liberación total y destrucción de lo existente.
La especificidad de la gramática anárquica excede con creces la gramática movimientista —y por ende, a las gramáticas clasista, populista y autonomista— al no reducirse a las formas de construcción política ni ceñirse a las intervenciones públicas orientadas a «transformar» o «ratificar» (según el caso5) la dominación.
La gramática anárquica contemporánea —con sus emulsiones espontáneas—, debe concebirse como la praxis que nos constituye como anarquistas y nos confiere nuestra personalidad distintiva e intransferible en el enfrentamiento radical e inclaudicable del sistema de dominación, dotando de inteligibilidad nuestro accionar cotidiano; poniendo de manifiesto la tensión que encarna la concreción de la praxis en los procesos de elaboración de un supuesto crítico que ratifique las líneas de fuga y las rupturas necesarias con los discursos sociales hegemónicos que intentan delimitar la especificidad de nuestra lucha.
Pese a que algunas tendencias trasnochadas al interior de nuestras tiendas (anarcosindicalistas y anarco-comunistas), comparten la óptica economicista de la gramática clasista y, le apuestan a la concreción de una Revolución Social que reorganice las relaciones entre las clases y trasforme —mediante la «gestión directa de los medios de producción»6— al régimen de acumulación capitalista en un sistema productivo al servicio de los desposeídos, esta gramática carece de puntos de encuentro con la gramática anárquica contemporánea que ha roto definitivamente con la visión utópica del anarquismo y ha asumido la Anarquía como tensión dis-utópica, poniendo en práctica su voluntad destructora.
La gramática clasista, parte del estructuralismo determinista y asume el dogma del desarrollo inexorable de la «lucha de clases», posicionándose como «vanguardia revolucionaria de la clase explotada», a la que asegura estar llamada a conducir hacia la victoria. Su obsesión con la «conciencia clasista», la ha llevado a subsumir, sin miramientos, al resto de las luchas, obstinada en demostrar la veracidad del programa comunista.
Por su parte, la gramática populista —que inexplicablemente también tiene fans en los sectores más retrógradas de nuestras tiendas— ha cobrado un papel protagónico en las últimas décadas como «gramática de articulación» o «integración» al interior de la gramática de la movilización, impulsando la (re)construcción del «sujeto político popular» bajo la premisa de «la inclusión de lo excluido en el orden social», la defensa de la «soberanía popular» y, la producción de «esperanza». La gramática populista, a su vez, se identifica con la ideología nacionalista y sus reivindicaciones culturales, étnicas, clasistas y/o religiosas, encaminadas a la construcción de «identidad»; lo que propicia el desarrollo de liderazgos carismáticos que invocan la emotividad de las masas y promueven el fortalecimiento de dicha «identidad» como vehículo de transformación del orden social.
La gramática autonomista, centrada en los mecanismos asamblearios como «espacio de deliberación y búsqueda de consenso», igualmente resulta incompatible con la gramática anárquica contemporánea; sin embargo, su apego al «trabajo territorial» vinculado a la construcción del poder popular como «proceso de acumulación de fuerzas de abajo hacia arriba», resulta atractivo para algunos círculos «anarquistas» muy peculiares (neoplataformistas, anarcozapatistas y autonomistas libertarios), que hacen hincapié en la necesaria reconstrucción de un «proyecto social», enaltecimiento la «miseria» y la fe en «los de abajo» como ingredientes cardinales de esa gramática de integración con vocación instituyente —opuesta a la Anarquía—, obviando que ambas variables han constituido históricamente la esencia del fascismo.
Nada más ajeno a la gramática anárquica contemporánea que las gramáticas clasista, populista y autonomista. Empero, no podemos soslayar el peligro inminente que significa que aquellos elementos simbióticos (residuales) que habitan nuestras tiendas bajo rótulos genéricos («subversivos», «rebeldes», «revolucionarios», «anticapitalistas», «antagonistas» y/o «contestatarios»)7 , terminen al servicio de la cultura del Poder, seducidos por estas gramáticas instituyentes.
TENSIONES Y PENDIENTES EN LA GRAMÁTICA ANÁRQUICA CONTEMPORÁNEA
Miradas en conjunto, y ahora en perspectiva, las tensiones rupturistas que se concretaron a comienzos del siglo XXI en el seno de la guerra anárquica contemporánea, fueron demasiadas y demasiado profundas como para permanecer atrapadas en las gramáticas instituyentes. Una nueva potencia, decididamente antisocial y anticivilizatoria, reclamó por esos años la proyección teórico-práctica de su esencia negadora y su caos primigenio, rompiendo definitivamente con una concepción utópica de la sociedad, de la historia y del «cambio revolucionario» excesivamente atada a las nociones economicistas del siglo XIX y, a la constelación de entendimientos, metodologías, proyectos, organizaciones y prácticas propios del anarco-comunismo.
Fue ahí que dejamos de vivir obcecados en la defensa conservadora de nuestro pasado para pasar a la conquista transgresora de nuestro presente, abandonando el ordenamiento teórico-ideológico del anarquismo clásico para emprender la necesaria reorientación de la guerra anárquica en el contexto que nos ha tocado actuar, conscientes de la necesidad de empezar de cero (abandonando el «linaje» y el lastre de la tradición), emancipados de pasado y, ajenos a los intentos resucitadores que anhelan repetir hasta el cansancio las trasnochadas revoluciones.
Esa fue la propuesta original de la Conspiración de las Células de Fuego (CCF) en Grecia8. Resistiéndose a ser subsumidos en los moldes tradicionales, no solo ponían punto final a la inacción en nuestras tiendas, sino destinaban tres balas al anarco-comunismo: le daban un tiro de gracia a toda la verborrea economicista, otro a la exaltación populista y, el tercero, a la organizacionitis aguda con sus métodos asamblearios y su corrección política. De esa guisa, se abría la posibilidad de construir un paradigma anárquico renovado, que hacía posible reunir fluida y armónicamente nuevos desarrollos teórico-prácticos que comenzaban a tonificar su músculo e invitaban a replicarse a lo largo y ancho del planeta.
Pero, en medio de esta trama rupturista, reaparecieron los recuperadores de ocasión empuñando la UNIDAD de las luchas y esgrimiendo cierto milenarismo utópico que —producto de una mala digestión de los planteamientos de Furth9 y la anacrónica lectura de las teorías de Joachim de Fiore y/o, las disquisiciones apocalípticas del predicador Thomas Müntzer,10 le apostaba (y apuesta) a la fusión del mito y la utopía, a estas alturas del partido.
En esta urdimbre recuperadora, reanudó fuerzas la gramática unitaria y volvimos a llamarle «compañeros» a los comunistas y, nuevamente le dimos cabida a esos discursos trasnochados que todavía observan el mundo desde la proa del acorazado Potemkin e incitan a la repetición, solo que ahora se promueve la ortodoxia y el dogma en nombre de lo «nuevo». De tal modo, se ha ido abandonando la impronta rupturista que animaba «la nada creadora» y aquellos grupos de afinidad (mínimos y efímeros) y, esas individualidades anarco-nihilistas (furtivas y fugaces), se fueron apagando o quedaron subsumidas en una gramática ajena que impone estrategias de la guerrilla urbana y propone pomposos Frentes Revolucionarios, con cierta reminiscencia estalinista.11
Esta lamentable regresión a estrechado el diámetro de nuestras arterias en el campo de la reflexión anárquica, lo que impide afrontar la propia vastedad de nuestra praxis. Es ostensible que, de nueva cuenta, no hay claridad alguna en la gramática y, por ello se posponen los intercambios «ideológicos» o, en su defecto, se reemplazan por la descalificación, la sospecha y el agravio, en apego al viejo manual del buen bolchevique.
Por eso urge el debate reflexivo al interior del informalismo insurreccional anárquico. Apremia impulsar un sustrato mínimo que reafirme nuestra especificidad distintiva e intransferible; rompa definitivamente con gramáticas ajenas y; nos ayude a emprender un viaje de confirmación ácrata, reorientando los pasos de nuestra guerra. En el marco de este itinerario, tenemos que plantearnos nuevas preguntas generadoras pero, sobre todo, trataremos de darnos nuevas respuestas que contesten —desde la praxis— las necesidades del anarquismo contemporáneo.
Hoy, no solo es preocupante sino obsceno, encontrar en tiendas «anarquistas» convocatorias que demandan la excarcelación del entrañable guerrero Gabriel Pombo Da Silva y, la del estalinista Abdullah Öcalan. Con idéntica desfachatez, aquí en Norteamérikkka, se exige en portales «ácratas» la liberación de líderes fundamentalistas religiosos, espías y, nacionalistas furibundos, en detrimento de nuestrxs presxs. O, desde Chile, nos venden la moto —como nos informan lxs compañeros de la web Anarquía Info12— con una lista de presos que todos estos años hemos dado por «afines» y, en realidad, entre lxs enlistadxs solo se asumen orgullosamente ácratas, lxs compañerxs Mónica Caballero, Javier Solar y, Joaquín García; los demás, se camuflan con trajes genéricos («subversivos», «rebeldes» y «antiautoritarios»), pero nunca han roto con los principios marxianos-leninistas de las orgánicas paramilitares en las que militaron.
Desde luego, cada vez que hacemos estos señalamientos y se critican tales desvirtuaciones, no faltan los sermones disciplinadores. Siempre se nos tilda de «puristas» y «sectarios» e, inmediatamente, se nos apunta con el dedo flamígero. Decía el Negro Fiorito —y decía bien—, que cada vez que se nos acusa de «puristas» o «sectarios» es porque estamos reafirmando en palabras y actos nuestra esencia anárquica, nuestra exigencia de libertad absoluta y, el reclamo del espacio donde el individuo pueda optar por lo que determina su voluntad. Además afirmaba —sin el menor temor a las palabras—, que realmente somos «sectarios», «puristas», «intransigentes» y hasta «totalitarios», porque la Anarquía sostiene en principios totalitarios (la totalidad de los atributos y las partes de algo) su razón de ser: el rechazo y la negación absoluta del Estado y de cualquier autoridad (desde la más evidente a la más tenue). Y esto, lo declaraba en los años sesenta, setenta y, ochenta del siglo pasado, en el contexto de lo que hemos denominado «anarquismo de transición»; es decir, en esos años de confusión teórica y retroceso de la praxis anárquica, feraz en desvaríos socialdemócratas y/o guevaristas, donde algunos presuntos «anarquistas» (en realidad, liberales saturados de esteroides), besaban el dogma de la «lucha de clases» abrazando el foquismo guevarista como «senda luminosa» al Comunismo libertario y, otros, influenciados por Arendt, se asumían «antitotalitarios».
Hoy, tenemos que cuidar los riesgos de repetición. Es inaceptable retroceder a la ignominia. Por eso la urgida necesidad de puntualizar un sustrato mínimo e imprescindible, que potencie nuestra gramática y fomente el ensanchamiento de la Anarquía negra en estos días; un objetivo, un deseo o, tal vez, un anhelo esencial que, en algún momento impreciso pero, preferiblemente próximo, nos gustaría compartir con todas aquellas individualidades anárquicas que muestran una inocultable proximidad teórico-práctica que les convierte en compañerxs de ruta de una conspiración internacional que base su causa en Nada. De no ser así, ya no nos quedaría hoy ni nos quedará mañana, nada de lo que alguna vez fuimos. Nada de lo auténticamente substancial y definitorio que nos constituye como anárquicxs: el enfrentamiento radical a toda Autoridad y, a todas y cada una de las formas y estrategias de Poder (incluidos los movimientos instituyentes).
Gustavo Rodríguez,
Planeta Tierra, 3 de julio de 2021.
1. Para sustentar esta contribución, echo mano de la Latinoamérica contemporánea como referente, a pesar de que los temas que intento explorar también afectan actualmente a varias regiones del mundo. Sin embargo, no profundizaré en las particularidades de la situación actual de los territorios latinoamericanos «sacudidos» recientemente por la movilización social; en cambio, sí abordaré algunas de sus características desde la perspectiva de los componentes definicionales de las gramáticas políticas que dominan el movimientismo social y le imponen (invariablemente) un sello informalmente instituyente, orientado hacia la toma del poder.
2. Tales son las maromas que implementa el Grupo de Acción Colectiva y Protesta Social del Instituto de Investigaciones Gino Germani en la Universidad de Buenos Aires, liderado por Germán Pérez y Ana Natalucci, al servicio del neoperonismo kirchnerista. A efectos ampliatorios, debe consultarse el libro Vamos las bandas. Organizaciones y militancia kirchnerista, Nueva Trilce, Buenos Aires, 2012, coeditado por Germán Pérez y Ana Natalucci.
3. Santos, B. De Souza, De la mano de Alicia. Lo social y lo político en la posmodernidad, Ediciones Uniandes, Bogotá, 2006.
4. El empleo de la noción de «gramáticas», evidentemente apunta a la obra del lingüista y matemático Ludwing Wittgenstein, en torno a la filosofía del lenguaje; mientras que el concepto de «gramáticas de la movilización», ha sido desarrollado por el sociólogo Danny Trom, a partir de los aportes de la «pragmática de la acción» de Charles Wrigh Mills y su aplicación en el estudio del dominio de la movilización. La teoría millsiana, inspirada en los filósofos pragmatistas norteamericanos «sitúa la motivación en el centro de la articulación entre el presente de la acción y la situación». Vid., Trom, Danny, Grammaire de la mobilisation et vocabulaires de motifs (Gramática de la movilización y vocabularios de motivos). Disponible en: https://books.openedition.org/editionsehess/10888?lang=es (Consultado 1/7/2021).
5. En el contexto latinoamericano vale señalar a Chile, Colombia y Perú, por citar tres ejemplos de impulso instituyente «transformador» y, al kirchnerismo, el evismo y, el obradorismo, como ejemplos de «ratificación» en Argentina, Bolivia y México, respectivamente.
6. Sin dudas, se continúa confundiendo el «modo de producción» con la «forma de gestión». El capitalismo es un modo de producción y esto no cambia en función de quién o quiénes lo administren. Que éste modo de producción se gestione (cogestione o autogestione) por capitalistas, tecnócratas, burócratas, militares, sindicalistas o cooperativistas, es completamente intrascendente: no interrumpe el movimiento de la ley del valor.
7. Aquí quiero dejar constancia que considero conceptualmente imperfectas y poco definitorias todas estas «categorías clasificatorias», motivo por lo que las he denominado «rótulos genéricos», ya que son asumidas tanto por el nacionalsocialismo, como por el fascismo rojo, indistintamente.
8. Y la de sus homólogos en tierras mexicanas y en la región chilena.
9. Vid., Furth, René, Formas y tendencias del anarquismo, Campo Abierto Editores, Madrid, mayo 1977.
10. Vid., Cohn, Norman, En pos del milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media, Pepitas de calabaza Ed., Logroño, 2015.